ENCENDER EL CORAZÓN…, Y ACTUAR DESDE LO MENOR
12 de noviembre del 2016 | por Jesús Gallego
Asistía hace unos días a ver la película “Encender el corazón”, una película de Mark Vicente que forma parte de un movimiento social en México para concienciar a todos los que formamos parte de este hermoso país, sobre el problema de la delincuencia y la violencia, animándonos a vencer el miedo, apostar por la paz desde la responsabilidad y a ser parte de la solución. Cada día, son asesinadas 50 personas en toda la República Mexicana y acostumbrarse a ello o mirar hacia otro lado no es formar parte de la solución. Decía Bernard Shaw que “la libertad significa responsabilidad; por eso, la mayoría de los hombres le tienen tanto miedo”. Y este tema, en el fondo, creo que trata sobre responsabilidad.
Es fácil que, durante la proyección, a todos a los que nos importa México nos emocionemos. La película te llega, te toca, mueve el corazón. Si bien relata una realidad que es dura, lo aborda también desde una perspectiva esperanzadora, de solidaridad y de ánimo. Cuando esa noche terminó la proyección, cada uno de nosotros, puestos en pie, aplaudíamos emocionados, sintiendo una necesidad colectiva de cambio y queriendo formar parte, de alguna forma, de esta bella iniciativa. Pero cuando el corazón se apacigua, puede llegar la fuerza de la reflexión y, en mi caso, de regreso a casa me preguntaba, y ahora, ¿qué sigue?
Participar en generar un cambio colectivo, cualquier cambio, es una cuestión de responsabilidad y, una vez que tomas conciencia de esa responsabilidad, o formas parte de la solución o formas parte del problema. Ser parte de la solución supone, en primer lugar, tener claro cuál es nuestra convicción y decidir cuál va a ser nuestra respuesta, independientemente de quién nos siga. Como le gusta decir a mi mujer, si no somos capaces de convencer, al menos que no nos convenzan de lo contrario. Sino, pienso que no sólo nos traicionamos a nosotros mismos, sino que estaríamos comprando un muy mal producto, a un muy mal vendedor y además nos estaríamos quejando de que está en nuestras manos. Así que, permíteme que te pregunte ¿cuál es tu convicción?, ¿qué es lo que de verdad crees que es lo mejor que pueda suceder?, ¿y estás dispuesto a hacer que suceda? Porque si solo queremos que las cosas cambien sin nosotros aportar, y si vamos a dejar nuestra convicción en manos de otros, esa no será nuestra convicción y, así, la llamada al corazón se convertirá en pura sensiblería, la queja será comentario superfluo de cafetería y, el dolor, sólo postura compasiva.
Lo que sigue es pasar a la acción, pero ¿cómo puedo contribuir a ser parte de la solución en una cuestión de dimensiones desproporcionadas? Me acordaba, entonces, de la teoría de las ventanas rotas.
Para quien no lo conozca, el experimento fue elaborado por Zimbardo y consistió en dejar un coche abandonado, con las puertas abiertas y sin placa, en medio del Bronx de Nueva York. Al poco tiempo, el coche acabó sin ningún elemento de valor y, después, destrozado. Días después, abandonaban un coche en Palo Alto, California, un lugar muy diferente, pero el auto en las mismas condiciones que en el Bronx, y no sucedió nada. Entonces, Zimbardo rompió sus cristales y golpeó la carrocería del coche para dejarlo expuesto de nuevo a los transeúntes y, efectivamente, sucedió lo mismo que en el Bronx, terminó el coche saqueado y destrozado. A partir de ahí se elaboró la teoría de las ventanas rotas que viene a decir que si rompes la ventana de un coche o un edificio y no lo reparas, envías el mensaje a todos los que lo vean de que no te importa, que lo estás descuidando y, lo que al principio será una señal de descuido, terminará siendo un permiso implícito para que no sea respetado, incluso por ti mismo. Es decir, si no cuidas lo pequeño, por ahí abres un espacio para que se introduzca la falta de cuidado, de respeto y de civismo. Y el destrozo se da a una velocidad sorprendente.
En Nueva York y otras ciudades de Estados Unidos se aplicó la teoría de las ventanas rotas para hacer descender la criminalidad, cuidando y limpiando la suciedad y los grafitis del metro. Así, cuidando insistentemente lo menor, se enviaba un mensaje claro de que no se quería permitir lo mayor.
¿Y es aplicable al caso de la violencia de México o cualquier otro contexto hostil sin esperar mucho más de los poderes públicos o la autoridad? Pienso que sí, y la solución debe de estar dentro del ámbito de nuestras posibilidades, cuidando lo menor y entendiendo cuál es el problema mayor.
∙ Porque detrás de la violencia, hay una ausencia de consideración por la vida y las personas, ¿qué tal si mostramos verdadero interés por quienes nos rodean, en nuestras casas, trabajos o comunidades?, ¿y si cambiáramos el frío saludo por la preocupación de quién es la persona con la que me encuentro?, ¿conocemos el nombre e intereses más cercanos de las personas que nos ayudan con cualquier servicio de limpieza, seguridad, transporte…, y con las que todos los días nos encontramos?
∙ Porque detrás de la violencia, hay una falta de civismo, ¿por qué no nos mostramos más cívicos en el respeto por el otro cuando estamos manejando, y respetamos también los semáforos, los pasos de peatones y las normas en favor de la comunidad?
∙ Porque detrás de la violencia, hay pobreza de corazón, ¿se imaginan cómo sería nuestro entorno si apostáramos por la generosidad de abrir nuestro corazón y ofrecer nuestra confianza a aquellos que ya conocemos, para que de veras nuestra casa también pueda ser su hogar?
Encender en corazón significa, antes que nada, encender nuestro corazón. Empieza por nosotros, y por la congruencia de nuestro comportamiento, con pequeños cambios, pero acciones reales. Mi enhorabuena a todos los que apoyan este movimiento de “encender el corazón”, y mi recomendación de acudir a ver la película.
Los pequeños cambios propuestos, hoy no acabarán con la violencia, la delincuencia o la agresividad, cualquiera que sea y en el ámbito de cada cual, pero sin ello, será mucho más difícil. Aquello que sólo depende de nosotros, sólo sobre nosotros recae su responsabilidad. Como dijo Madre Teresa: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si la faltara una gota”, de hecho, nuestra gota.
Acerca del autor: Jesús Gallego es Conferencista Internacional y Socio-Director General de Capital emocional
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